Breve reseña bibliografica de Santa Rosa de Lima, nuestra patrona
Religiosa y Santa - " Santa
Rosa de Lima"
Isabel Flores de Oliva fue una peruana nacida en el año 1580
en la ciudad de Lima, es considerada la primera santa religiosa de América, que
inició su vida espiritual en la orden “Los dominicos”. Santa Rosa de Lima,recibió
bautismo en la parroquia de San Sebastián de Lima, siendo sus padrinos Hernando
de Valdés y María Orozco.
En compañía de sus numerosos hermanos, la niña Rosa se
trasladó al pueblo serrano de Quives (localidad andina de la cuenca del
Chillón, cercana a Lima) cuando su padre asumió el empleo de administrador de
un obraje donde se refinaba mineral de plata. Las biografías de Santa Rosa de
Lima han retenido vivamente el hecho de que en Quives, que era doctrina de
frailes mercedarios, la futura santa recibió en 1597 el sacramento de la
confirmación de manos del arzobispo de Lima, Santo Toribio Alfonso de
Mogrovejo, quien efectuaba una visita pastoral en la jurisdicción.
Aunque había sido bautizada como Isabel Flores de Oliva, en
la confirmación recibió el nombre de Rosa, apelativo que sus familiares
empleaban prácticamente desde su nacimiento por su belleza y por una visión que
tuvo su madre, en la que el rostro de la niña se convirtió en una rosa. Santa
Rosa asumiría definitivamente tal nombre más tarde, cuando entendió que era
"rosa del jardín de Cristo" y adoptó la denominación religiosa de
Rosa de Santa María.
Ocupándose de la "etapa oscura" en la biografía de
Santa Rosa de Lima, que corresponde precisamente a sus años de infancia y
primera adolescencia en Quives, Luis Millones ha procurado arrojar nueva luz
mediante la interpretación de algunos sueños que recogen los biógrafos de la
santa. Opina Millones que ésa pudo ser la etapa más importante para la
formación de su personalidad, no obstante el hecho de que los autores han
preferido hacer abstracción del entorno económico y de las experiencias
culturales que condicionaron la vida de la familia Flores-Oliva en la sierra,
en un asiento minero vinculado al meollo de la producción colonial.
Probablemente esa vivencia (la visión cotidiana de los sufrimientos que
padecían los trabajadores indios) pudo ser la que dio a Rosa la preocupación
por remediar las enfermedades y miserias de quienes creerían luego en su
virtud.
En Lima
Ya desde su infancia se había manifestado en la futura santa
su vocación religiosa y una singular elevación espiritual. Había aprendido
música, canto y poesía de la mano de su madre, que se dedicaba a instruir a las
hijas de la nobleza. Se afirma que estaba bien dotada para las labores de
costura, con las cuales ayudaría a sostener el presupuesto familiar. Con el
regreso de la familia a la capital peruana, pronto destacaría por su abnegada
entrega a los demás y por sus extraordinarios dones místicos.
Por aquel entonces, Lima vivía un ambiente de efervescencia
religiosa al que no fue ajeno Santa Rosa: era una época en que abundaban las
atribuciones de milagros, curaciones y todo tipo de maravillas por parte de una
población que ponía gran énfasis en las virtudes y el ideal de vida cristiano.
Alrededor de sesenta personas fallecieron en "olor de santidad" en la
capital peruana entre finales del siglo XVI y mediados del XVIII. Ello originó
una larga serie de biografías de santos, beatos y siervos de Dios, obras muy
parecidas en su contenido, regidas por las mismas estructuras formales y por
análogas categorías de pensamiento.
Santa Rosa de Lima (detalle de un óleo de Claudio Coello,
1683)
En la adolescencia, Santa Rosa se sintió atraída con
singular fuerza por el modelo de la dominica Santa Catalina de Siena (mística
toscana del siglo XIV); siguiendo su ejemplo, se despojó de su atractiva
cabellera e hizo voto de castidad perpetua, contrariando los planes de su
padres, cuya idea era casarla. Tras mucha insistencia, los padres desistieron
de sus propósitos y le permitieron seguir su vida espiritual. Quiso ingresar en
la orden dominica, pero al no haber ningún convento de la orden en la ciudad,
en 1606 tomó el hábito de terciaria dominica en la iglesia limeña de Santo
Domingo.
Nunca llegaría a recluirse en un convento; Rosa siguió
viviendo con sus familiares, ayudando en las tareas de la casa y preocupándose
por las personas necesitadas. Bien pronto tuvo gran fama por sus virtudes, que
explayó a lo largo de una vida dedicada a la educación cristiana de los niños y
al cuidado de los enfermos; llegó a instalar cerca de su casa un hospital para
poder asistirlos mejor. En estos menesteres ayudó al parecer a un fraile mulato
que, como ella, estaba destinado a ser elevado a los altares: San Martín de
Porres.
Fueron muy contadas las personas con quienes Rosa llegó a
tener alguna intimidad. En su círculo más estrecho se hallaban mujeres virtuosas
como doña Luisa Melgarejo y su grupo de "beatas", junto con amigos de
la casa paterna y allegados al hogar del contador Gonzalo de la Maza. Los
confesores de Santa Rosa de Lima fueron mayormente sacerdotes de la
congregación dominica. También tuvo trato espiritual con religiosos de la
Compañía de Jesús. Es asimismo importante el contacto que desarrolló con el
doctor Juan del Castillo, médico extremeño muy versado en asuntos de
espiritualidad, con quien compartió las más secretas minucias de su relación
con Dios. Dichos consejeros espirituales ejercieron profunda influencia sobre
Rosa.
No sorprende desde luego que su madre, María de Oliva,
abominase de la cohorte de sacerdotes que rodeaban a su piadosa hija, porque
estaba segura de que los rigores ascéticos que ella misma se imponía eran
"por ser de este parecer, ignorante credulidad y juicio de algunos
confesores", según recuerda un contemporáneo. La conducta estereotipada de
Santa Rosa de Lima se hace más evidente aún cuando se repara en que, por orden
de sus confesores, anotó las diversas mercedes que había recibido del Cielo,
componiendo así el panel titulado Escala espiritual. No se conoce mucho acerca
de las lecturas de Santa Rosa, aunque es sabido que encontró inspiración en las
obras teológicas de Fray Luis de Granada.
Últimos años
Hacia 1615, y con la ayuda de su hermano favorito, Hernando
Flores de Herrera, construyó una pequeña celda o ermita en el jardín de la casa
de sus padres. Allí, en un espacio de poco más de dos metros cuadrados (que
todavía hoy es posible apreciar), Santa Rosa de Lima se recogía con fruición a
orar y a hacer penitencia, practicando un severísimo ascetismo, con corona de
espinas bajo el velo, cabellos clavados a la pared para no quedarse dormida,
hiel como bebida, ayunos rigurosos y disciplinas constantes.
Los desposorios místicos de Santa Rosa de Lima (1691), de
Nicolás Correa
Sus biógrafos cuentan que sus experiencias místicas y
estados de éxtasis eran muy frecuentes. Según parece, semanalmente
experimentaba un éxtasis parecido al de Santa Catalina de Ricci, su coetánea y
hermana de hábito; se dice que cada jueves por la mañana se encerraba en su
oratorio y no volvía en sí hasta el sábado por la mañana. Se le atribuyeron
asimismo varios dones, como el de la profecía (según la tradición, profetizó su
muerte un año antes); la leyenda sostiene que incluso salvó a la capital
peruana de una incursión de los piratas.
Santa Rosa de Lima sufrió en ese tiempo la incomprensión de
familiares y amigos y padeció etapas de hondo vacío, pero todo ello fructificó
en una intensa experiencia espiritual, llena de éxtasis y prodigios, como la
comunicación con plantas y animales, sin perder jamás la alegría de su espíritu
(aficionado a componer canciones de amor con simbolismo místico) y la belleza
de su rostro. Llegó así a alcanzar el grado más alto de la escala mística, el
matrimonio espiritual: la tradición cuenta que, en la iglesia de Santo Domingo,
vio a Jesucristo, y éste le pidió que fuera su esposa. El 26 de marzo de 1617
se celebró en la iglesia de Santo Domingo de Lima su místico desposorio con
Cristo, siendo Fray Alonso Velásquez (uno de sus confesores) quien puso en sus
dedos el anillo simbólico en señal de unión perpetua.
Con todo acierto, Rosa había predicho que su vida terminaría
en la casa de su bienhechor y confidente Gonzalo de la Maza (contador del
tribunal de la Santa Cruzada), en la que residió en estos últimos años. Pocos
meses después de aquel místico desposorio, Santa Rosa de Lima cayó gravemente
enferma y quedó afectada por una aguda hemiplejía. Doña María de Uzátegui, la
madrileña esposa del contador, la admiraba; antes de morir, Santa Rosa solicitó
que fuese ella quien la amortajase. En torno a su lecho de agonía se hallaba el
matrimonio de la Maza-Uzátegui con sus dos hijas, doña Micaela y doña Andrea, y
una de sus discípulas más próximas, Luisa Daza, a quien Santa Rosa de Lima
pidió que entonase una canción con acompañamiento de vihuela. La virgen limeña
entregó así su alma a Dios, el 24 de agosto de 1617, en las primeras horas de
la madrugada; tenía sólo 31 años.
El mismo día de su muerte, por la tarde, se efectuó el
traslado del cadáver de Santa Rosa al convento grande de los dominicos, llamado
de Nuestra Señora del Rosario. Sus exequias fueron imponentes por su resonancia
entre la población capitalina. Una abigarrada muchedumbre colmó las calzadas,
balcones y azoteas en las nueve cuadras que separaban la calle del Capón (donde
se encontraba la residencia de Gonzalo de la Maza) de dicho templo. Al día
siguiente, 25 de agosto, hubo una misa de cuerpo presente oficiada por don
Pedro de Valencia, obispo electo de La Paz, y luego se procedió sigilosamente a
enterrar los restos de la santa en una sala del convento, sin toque de campanas
ni ceremonia alguna, para evitar la aglomeración de fieles y curiosos.
El proceso que condujo a la beatificación y canonización de
Rosa de Lima empezó casi de inmediato, con la información de testigos promovida
en 1617-1618 por el arzobispo de Lima, Bartolomé Lobo Guerrero. Tras cinco
décadas de procedimiento, el papa Clemente IX la beatificó en 1668, y un año
después la declaró patrona de Lima y de Perú. Su sucesor, Clemente X, la
canonizó en 1671; un año antes la había declarado además patrona principal de
América, Filipinas y las Indias Orientales. La festividad de Santa Rosa de Lima
se celebra el 30 de agosto en la mayor parte de los países, pese a que el
Concilio Vaticano II la trasladó al 23 de agosto.
Comentarios
Publicar un comentario